Exaudi nos Domine

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Cor Iesu Sacratisimum Miserere nobis

miércoles, 22 de diciembre de 2010

De una Familia Divina pasó a una Familia humana

       

Queridos Hermanas y Hermanos: ¡¡Dios ha nacido!! ¡¡Dios está aquí!! ¿Quién no recuerda con feliz nostalgia las Navidades de su infancia?  ¡Qué triste si en nosotros no se conserva la esencialidad de la infancia, de la niñez! Por mi parte, recuerdo cuanto gozaba en preparar el Nacimiento tanto en casa como en la Iglesia. Eran nacimientos muy particulares, toda la creación, toda criatura estaba invitada a participar del Nacimiento del Salvador. No sólo aparecían los pastores con sus ovejas y corderitos, sino también jirafas, elefantes, osos…y otros personajes más. Casitas en las montañas, aldeanos, cascadas, pinos, toda clase de animalitos, castillos y fuertes…todos estaban invitados a visitar al Niño, a ponerse en camino hacia el Niño. Cada día avanzaban un poquito, hasta que llegado el día, se encontraban rodeando el pesebre, contemplando con sus propios ojos al Salvador y ofreciéndole sus dones[1]. Tiempo después encontré el significado de este juego de niños, el profeta Isaías nos dice que “toda carne contemplará la Salvación de Dios[2]”. Toda criatura sale al encuentro, se pone en camino hacia Cristo que nace[3].

La Navidad es el culmen del camino de toda la creación que espera ansiosamente a su Creador, a la Palabra que llamó a todos los seres a la vida, a la Palabra que pronunció todos los seres y que ahora se brindaba como criatura, como un tierno e indefenso niño en una pesebrera.

En ese camino hacia el pesebre, recuerdo con cuánto amor preparábamos un largo camino con arena y piedritas, para que desde el ocho de diciembre hasta el veinticuatro pudieran ir avanzando día a día María y José. María y José caminaban juntos, sosteniéndose mutuamente. El, con su fuerza, su sentido práctico, su sabia conducción y Ella con su ternura, con su mirada pura y serena…siendo el Sagrario del Santo, daba aliento y confianza a su querido esposo virginal en las sombrías nubes que los envolvían. Un viaje largo, en la dureza del invierno…pero cuánto más hondo cala en sus corazones y en el corazoncito del Niño Jesús la frialdad de los suyos que no lo recibieron, que no tuvieron lugar, que los dejaron golpear sin respuesta  en las puertas de sus corazones. ¡¡Cuánto frío en Belén, cuánta frialdad en los corazones!! Para el Niño no hay lugar…para Dios ya no hay lugar. Para una familia que está por nacer en ese precioso y necesitado Niño ya no hay lugar…

María y José caminan y caminan…encuentran la calidez de “dos alientos amigos[4]” los animales del pesebre y allí preparan la cuna al Rey de reyes, al Príncipe de Paz. María y José caminan y caminan…son dos jóvenes esposos, unidos en su entrega de amor total al Señor, servidores del designio de salvación, que tal vez no comprenden acabadamente. Sin embargo son dos jóvenes esposos unidos por un amor virginal, por una alianza que es la entrega de sus vidas a ese hijito que María concibió de la Sombra del Paráclito. Caminan los jóvenes esposos y al llegar la hora del alumbramiento virginal de María, en aquella noche más clara que la luz, los esposos nacen como Familia. El niñito recostado en el pesebre los hace Familia. Jesús es el vínculo de amor entre María y José. Ella le entregó todo su corazón y carne virginal para que el Hijo se manifestara como el Emmanuel; José le ofrecerá su corazón virginal para proteger y cuidar el Arca Santa, María, y para ser la sombra luminosa de Dios Padre. Será aquel que introduzca a Jesús en el linaje de los reyes y profetas, nutrirá al que alimenta a los pájaros del cielo y vestirá a Aquel que hermosea los lirios del campo. José y María vinculados en Jesús. Familia humana que nace en el pesebre de Belén y que es la imagen más perfecta de la Familia Divina: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Jesús recostado en el seno de María y en los brazos de José soñaría con el seno del Padre y con el Beso de Amor que es el Espíritu Santo.

Cuando nace el Niño, cuando nace Jesús, nace la Sagrada Familia de Jesús, José y María. Por tanto podemos decir que el nacimiento de Jesús hace nacer la Familia.

Jesús quiso comenzar la redención de todos los hombres en esa silenciosa y amorosa consagración de los vínculos de la Familia, la primera célula en donde nace, se nutre y se forma la vida. Primer hogar, calidez del fuego, en dónde nos vivimos amados y podemos abrirnos para dar amor. Todo ello lo quiso vivir el Hijo de Dios. Jesús quiso verse necesitado del amor humano, sediento del amor humano, para de esta manera consagrarlo y convertirlo en instrumento de su Redención:

“La nueva Alianza no comienza en el templo ni en el monte santo, sino en el aposento de la Virgen, en la casa del Obrero, en un olvidado lugar de la Galilea pagana del que nadie esperaba cosa buena. Sólo allí puede comenzar una y otra vez la Iglesia, sólo allí puede restablecerse. No podrá dar la respuesta debida a la rebelión de nuestro siglo contra el poder de la riqueza si ella no permanece en Nazareth como realidad vivida”[5]

 Somos redimidos en ese Amor humano del Hijo de Dios, Amor humano entregado hasta el extremo, y que Jesús aprendió en la Trinidad de su Familia en Nazareth. Jesús quiso experimentar el amor de José y María para, de esa manera, aprender a amarnos agradecidamente, a nosotros y al Padre del cielo, con un Corazón humano[6]. Ésa es la Redención, ésa es la máxima Gloria de Dios.

Miremos con hondura de fe y amor el pesebre, miremos ésa familia tan pobre, tan necesitada, tan sola en esa noche fría…miremos y descubriremos a la Familia Divina: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que están ya amaneciendo en nuestros corazones gracias a que el Hijo, la Palabra se ha hecho Niño. “Quién toca la humildad del pesebre, la pobreza del Hijo hecho niño, está tocando el cielo.” (Benedicto XVI) Toquemos el Santo pesebre y tocaremos el cielo… El Cielo, Dios Amor, se nos está abriendo y donando en ese hijito recostado en las duras pajas. ¡¡Cuánto les debemos María y José, porque gracias al Niño, gracias a la Sagrada Familia, que nace en el pesebre, podemos descubrir a la Familia Divina, al Dios Amor[7]!! Como dice tan hermosamente un bello poema:

         “ De una Familia divina
            Pasó a una familia humana,
            Eterno Amar allá arriba;
           Acá abajo amor sin mancha.
           Arriba, el Fuego inefable;
           Acá el calor de una casa.
           Allá en el seno infinito,
           La canción nunca acabada;
           Acá, la canción de cuna
           Y la canción de una lanza.”

         El camino sigue y sigue…” (J. R. R. Tolkien)

Decíamos que en la gruta de Belén los jóvenes esposos María y José nacían como Familia gracias al Divino Niño que los aunaba con su amor y que necesitaba de su amor de padres. En la gruta culmina un camino… Con cuánto anhelo María espera contemplar el Rostro de su Hijito, poder estrecharlo en sus manos, besarlo con entrañas de madre y con adoración de humilde esclava. En la gruta culmina el camino de espera de José, las sombras de su cruda noche oscura, crisol de su amante fidelidad, se disipan al paso de la alegría…ése Niño era el Sol de sus ojos, su riqueza, su Todo.
Sin embargo comienza un largo camino, un penoso itinerario de renuncias por ése Hijito, una via regia de sacrificios y de entrega de la propia vida por ése Hijito. Contratiempos, exilio, dejar la tierra, comenzar siempre de nuevo, oscuridades, noches de la fe…A José sólo se le pedirá el oído atento, su prontitud del amor, su servicio escondido, su silencio adorante, su vivir de cara al Amor[8]. ¡Cuán atento tendrá que tener día a día su oído interior al Querer del Señor!
La Familia de Jesús fue una familia perseguida, exiliada, pobre, paciente, amante, peregrinante…La ofrenda de esa familia son los pichones de los pobres, ellos se identifican con los Pobres del Señor, por ello son Bienaventurados. Por esto son Ricos, porque son testigos y servidores del Misterio de la Pobreza del Hijo de Dios que nos hace ricos. ¡No hay angustia, ni indigencia, ni pena ni soledad sufridos por tantas familias que la Familia de Jesús, de alguna manera, no haya compartido y santificado!! ¡Cuán cercanos a la Familia de Jesús pueden sentirse todos los pobres y atribulados de este mundo! Cuando Jesús llama a todos los agobiados, enfermos y apesadumbrados por el peso de la vida al remanso de paz y fuerza de su Sagrado Corazón…está conociendo desde dentro toda esa realidad que oprime, inquieta y desasosiega. Ha conocido desde dentro el peso del trabajo, el sudor que redime, el pan que no alcanza, la lluvia que se hace escasa y tardía, la enfermedad y la muerte de su querido José, la viudez y soledad de su bendita Madre. Es el Varón de dolores que ha querido compartir los exilios de tantas familias, las pérdidas de tantos hijos, las preguntas sin respuesta de tantos padres: “¿Hijo mío porqué nos has hecho esto?[9] Y las preguntas de tantos hijos ante sus padres: “Padre mío…¿por qué me has abandonado?[10]”.

La Familia de Jesús es una familia en continuo camino, nace a la vera de un camino, en una gruta, en un pesebre…Debe huir por caminos oscuros para salvar y cuidar al Salvador. Debe volver a una provincia insignificante, la Galilea de los paganos. Cada año emprender el camino gozoso de la Pascua, llevando y enseñando a caminar, a sacrificar el corazón al Corderito de la Nueva Alianza, a Aquel que es la Pascua de nuestra Redención.
El camino del Hijo de esa Familia comienza en las duras tablitas de un pesebre y acabará en muerte de cruz en medio del rechazo y el desprecio, como un gusano no un hombre[11].
El camino de la Madre de esa Familia comienza en su “Hágase” sincero y amante, en completa disponibilidad, en completo vaciamiento de sí misma para hacer suya la Misión del Hijo. El camino de la Madre pasará por gozos y espadas que herirán su Corazón hasta llegar a su Maternidad de Gracia, cuando en su Sí doloroso al pié de la Cruz se convierta en la Nueva Eva, en la Madre de los discípulos de Jesús, en el Corazón de la Nueva Familia, la Iglesia Santa. Camino de fe obediente y entregada, de amor que busca y espera.

El camino de José, el Padre nutricio, la sombra de Dios Padre, comenzará también en su obediencia, en su vivir de cara al Misterio, en su humildad de instrumento fiel para que se cumplan los designios del Salvador. Camino que culminará en contemplar la sujeción del Hijo de Dios a su autoridad paterna, en ser testigo de la obediencia del Hijo por medio de la cual somos justificados. En la escuela del taller de Nazareth, Jesús comienza el camino de su obediencia que plenificará no en las maderas de un taller sino en el Madero de la Vida, en su Cruz.

Sin embargo todos los caminos concluyen y desembocan en el Dios Amor. La Familia humana de Jesús reflejará en sus caminos el Amor entregado del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo, el Niño, irá configurando día a día con su silencio, con su mirada, con su balbuceo, con su obediencia, con su oración y trabajo fiel y paciente el corazón de María y de José a semejanza del Corazón del Padre Misericordioso en el fuego del Paráclito…en el lazo del Amor.

Y éste es nuestro humilde pedido, junto al pesebre, en esta Santa Navidad: “¡¡Oh Jesús de Nazareth, hijo de Familia humana, por tu Familia divina, santifica nuestras casas!!” ¡Qué todos nuestros caminos puedan llegar a Belén, para que la Virgen nos muestre a su Hijo Jesús!  Muy Feliz Nacimiento del Redentor para todos.


P. Marco Antonio Foschiatti OP
Convento San Martín de Porres (Noviciado OP).
Mar del Plata (Buenos Aires)
Argentina.




[1] La liturgia oriental tiene una antífona muy bella para expresar los dones de toda criatura ante el Salvador que llega, dice así: “¿Qué vamos a ofrecerte, oh Cristo, pues por nosotros Tú naces en la tierra como Hombre? Cada una de las criaturas que son tu obra te trae efectivamente su testimonio de gratitud: los ángeles su canto, los cielos su estrella, los magos sus dones, los pastores su admiración, la tierra la cueva, el desierto el pesebre; pero nosotros te ofrecemos una Madre Virgen”.
[2] Is. 40, 5 “ Se revelará la Gloria del Señor y toda criatura a una la verá”.
[3] Los Maitines de la Navidad de la liturgia oriental comienzan con el bellísimo canon de San Gregorio Nacianceno que invita a toda criatura a salir al encuentro de Cristo que nace: “¡Cristo nace, glorificadle! ¡Cristo viene a nosotros, salid a su encuentro! ¡Cristo está en la tierra, elevaos al cielo!”.
[4] Hermosa expresión de nuestro villancico “A la huella, la huella, José y María” que hace referencia al buey y la mula, que con sus “alientos amigos”, dieron calor al recién nacido.
[5] Joseph Ratzinger, El Dios de Jesucristo, Sígueme, Salamanca, 1979, pp. 73-74.
[6] “Eucaristía significa acción de gracias; es admirable que Jesús dé gracias brindándose y regalándose sin fin a Dios y a los hombres. ¿A quién da gracias? Con toda certeza a Dios Padre, prototipo y origen de todo regalo…Pero también da gracias a los pobres pecadores que quieren recibirle, que le acogen bajo su indigno techo. ¿Da gracias a alguien más? Creo que sí: da gracias a la pobre doncella de la que ha recibido esa carne y esa sangre, cuando el Espíritu la envolvió en su sombra… ¿Qué aprende Jesús de su madre? Aprende el sí. No un sí cualquiera, sino un sí que se pronuncia una y otra vez, sin cansancio. Todo lo que quieras, Dios mío…aquí está la esclava del Señor, que me suceda según tu palabra…Esa es la plegaria católica aprendida por Jesús de su madre humana, de la cathólica mater, que le precedió en el mundo y a la que Dios concedió pronunciar esta palabra de la nueva y eterna alianza…” H. Urs von Balthasar, citado por Joseph Ratzinger, El Dios de Jesucristo, p 70.
[7] “Ser niño es decir padre, lo hemos constatado ya. Ahora hay que añadir: ser niño es decir también madre. Si se quita eso, se quita la niñez humana de Jesús precisamente y se nos deja apenas la Filiación del Logos, que, sin embargo, debe manifestarse precisamente a través de la niñez humana de Jesús.” Joseph Ratzinger, El Dios de Jesucristo, p. 70.
[8] “Pienso que a José, el Esposo de María, Jesús le sonrío con frecuencia sobre sus rodillas. Todos lo tuvieron delante de sí y nadie detrás. Por esto lo tengo a Jesús siempre en mi boca, lo llevo en mi corazón, lo llevo siempre ante mis ojos. De su Humildad paciente se sacia mi alma” (San Bernardo, Sermón sobre San José).
[9] Lc 2, 48.
[10] Lc 23, 46 y Mt 27, 46.
[11] “Yo soy un gusano, no un hombre,
     Vergüenza de la gente, desprecio del pueblo” (Sal. 21)

Meditación junto al Niño Dios


“Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado…”


                  Meditación junto al niño Jesús:

“La Estrella se detiene, venid, venid a Belén, la Alegría solloza en pañales, venid, venid a Belén…Vosotros los abatidos, venid, venid a Belén, es dulce el yugo del Niño, venid, venid a Belén…Vosotros los afligidos, venid, venid a Belén, la Vida sonríe naciendo, venid, venid a Belén…” (inspirado en un villancico noruego)

En esta noche santa somos llamados al portal, somos evangelizados como los pastores “evangelizo vobis gaudium magnum”, la Única Buena Nueva: Jesús. Nos ponemos en camino, nos unimos a la innumerable procesión de pobres, de enfermos, de almas amantes y enamoradas, de santos y santas, de pequeños, niños y grandes, que a través de los siglos han escuchado el dulce “Venite Adoremos…” del Adeste fideles; o que reviven el silencio expectante de toda la tierra en la venida del Redentor, “dum médium silentium…” cantando, casi susurrando, el Noche de paz, ante un mundo que no conoce ni de adoración, ni de silencio amante y por tanto de paz, la Paz de Cristo, la única Paz.
Si, venid…venid a Belén, nuestra Vida llora en tiernos pañales…nuestro Dios, el Pan de los ángeles, el Verbo de Vida, se hace Pan de los hombres…ahora yo puedo con mis ojos ver a mi Redentor, ahora como los ángeles, yo puedo saciarme con su Rostro de hermosura y belleza, porque el Pan de los Angeles, haciéndose carne se me hace mi Pan, el mío…el Pan de los pobres, el Pan de los siervos, el Pan de los humildes…¡¡¡O Res mirabilis!!! El Verbo se hace Niño en la Casa del Pan, se hace pequeño grano de trigo, que ya comienza, en el frío de la indiferencia de esta tierra ingrata, en el frío de la noche glacial de los corazones, a caer en tierra y morir por mi amor. Todo esto por mí… ¡Sí, hambrientos y sedientos todos, aquellos que no tenéis dinero, venid a la fiesta de Dios, al derroche de Dios, venid a comer el Pan de Belén…!

Las aguas torrenciales de nuestras miserias no bastan para apagar su amor por mí. El se hace en la Encarnación mi compañero de Camino. “Manens apud Patrem Veritas et Vita induens se carnem factus est Via” (San Agustín) Permaneciendo junto al Padre es la Verdad y la Vida, naciendo en Belén como Niño se me hace Camino. En su Rostro descubro que Dios es Amor. El Calvario no hará sino consumar esa Revelación del Dios Amor, del Dios misericordia. Los brazos de este Niño ya me están anunciando sus brazos redentores colgados en el patíbulo infame transformado por su Sangre en el Nuevo Árbol de la Vida.  Sí, en los bracitos de este Niño ya crece una cruz…se hizo hombre para morir por mi amor en la Cruz, para ser mi Verdad, mi dicha, mi Todo…

Navidad, revelación de que Dios es Amor. Navidad, comunicación del Amor de Dios en su Hijo hecho hijo del hombre…Navidad, Evangelio del Amor, Revelación que Dios sólo tiene eso: Amor. Y ese Amor es su Hijo, su Alegría, su Dicha, su Palabra, Palabra que espira Amor (como en algún lugar de su magna obra dice el Angélico Tomás). Dios se complace en su Hijo que vive jugando en su presencia, complaciendo su Corazón de Padre. Es el Verbo niño que reposa eternamente en su Seno. En el pesebre, desde las manos virginales de María: todo ese Amor, contenido en un Niño, se me entrega como regalo, el tesoro, el precio de mi salvación. ¡Oh Padre tú me das todo, me das a tu Hijo en la Navidad, mira como yo te lo entrego en la Cruz! Recíbelo, por mí y por todo este pobre mundo que no lo conoce ni le recibe. ¡Cómo podemos despreciar al Dios que nos ofrece su Amor!

El Padre, en Belén me da a su Hijo, tanto amó Dios al mundo…todo Jesús me pertenece. Puedo decir con María Virgen y Esposa, con la Iglesia Virgen y Esposa, con toda “anima eclesiástica”, con toda alma Iglesia: ¡ Mi Amado es para mí y yo para mi Amado! Un Niño ha nacido para nosotros…todo lo de Jesús me pertenece: su vivir como Hijo, sus lágrimas, su mirar, su sonrisa, sus alegrías, su pobreza, sus dolores, su muerte redentora, sus caminos, sus palabras de vida, todo su Amor Divino-humano, su ternura, su Humildad, su Madre, su Corazón…¡Su Padre…!  “Todo lo tuyo es mío, todo lo mío es tuyo.” Jesús, desde la noche santa, es Todo para nosotros. “Todo lo tenemos en Cristo. Si quieres curar tus heridas, El es el Médico. Si estás ardiendo de fiebre, El es el manantial. Si estás oprimido por la iniquidad, El es Justicia. Si tienes necesidad de ayuda, El es vigor. Si deseas el cielo, El es Camino. Si buscas refugio en las tinieblas, Es la Luz. Si buscas Manjar, El es el Alimento.” (San Ambrosio de Milán)


Dios se hace Niño, misterio que debería extasiarnos, enloquecernos de amor, como lo vivían los santos, como lo vivía San Francisco de Asís. Dicen sus biógrafos que en Navidad San Francisco se volvía loco de alegría, pleno de contento, llegándose hasta a abrazar a los árboles…cantando y musitando el nombre de Jesús y como embebiendo su boca de la dulzura de miel de este Nombre Santísimo. Francisco gustaba el “dulcis Iesu memoria, dans vera cordis Gaudia, sed super mel et omnia, ejus dulcis presentia.” “Oh Jesús de dulcísima memoria que das el verdadero gozo, más dulce que toda miel es tu divina Presencia.” Francisco vive el conocimiento interno del Dios que por amor se hace hombre, se ha hecho llanto, se ha hecho ternura, se ha hecho fragilidad, se ha hecho necesidad humana, se ha hecho corazón de niño. Ese pequeño corazón en Belén ya palpita como el Corazón del mundo. Francisco no está solamente delante del Belén, del pobre pesebre, delante de María y de José, como nosotros pobrecitos que todavía no sabemos sumergirnos en la oración como el pez en el agua, en el mar pacífico de la Trinidad Santa. El Seráfico Francisco se introduce “dentro” de Belén, se sumerge en el hondón del Evangelio que es ese divino Niño. En primer lugar ayudándose con la aplicación de los sentidos interiores: ver el pesebre, sentir el silencio de la noche de paz, olfatear el olor de los animales, ver la pobreza, la incomodidad, los apuros y desvelos de María y de José…hacerme todo ojos a la visión de la Gloria de Dios en esa pobreza, en ese pesebre. Luego ayudarme de los sentidos interiores: ver el interior del Corazón Inmaculado de María en la expectación de su parto virginal, en el anhelo de contemplar, por vez primera, el rostro y la voz de su Hijito, de su Jesús:

“¿Qué es lo que miras María, con ojos tan abiertos y atentos? Cerrados al mundo exterior los abres al hondón infinito de tus entrañas. Y allí los posas, serenos, sobre el fruto bendito que vas madurando. Tus ojos, sin verlo todavía, lo cuidan y lo cobijan. Tu mano, sin tocarlo aún, lo acaricia con ternura. Lo amas sin haberlo visto, María, con fe viva lo sabes dentro de ti, presente y con esperanza firme aguardas su sonrisa.
Tus labios, sin hablar, sin que se escuche tu voz, repiten suavemente su Nombre: IESHUAH, JESUS. Y como una brisa ligera, como un suave aliento, en tu dulzura lo concibes en fe y amor, antes de que el Espíritu fecunde tu virginidad. Virgen Orante, Virgen de la Dulce espera, dame gozar como tú de Aquel que me vive por dentro, y que crece en mi interior hasta el parto de mi partida. Dame inclinarme sobre su Corazón en la Escritura, en el Sagrario, en mis hermanos para que resuene en mí su música callada y quede el Rostro de tu Hijito en mis entrañas dibujado…y así en mi oscura carne el Verbo Divino su tienda quiera plantar y en mi pobre vida la Suya  pueda Morar…” (Un contemplativo)

                                                 



Gustar y saborear, como San Francisco, la misericordia infinita que es ese Niño; gustar la bondad misericordiosa del corazoncito de ese Niño que será derramada como torrente de Vida y de Luz en la Cruz Redentora. El Río de Misericordia ya comienza, como un silencioso manantial, a brotar en la pobre gruta de Belén. Ese río anegará el Cosmos: ¡en qué fuentes será renovado y recreado el Cosmos!

¿Por qué en esta noche Santa, la Noche más clara que el día, no voy a derrocharme tiempo largamente para mirarle? Mirarle, tan sólo mirarle. Mirar al Niño como Su Padre le mira, complaciéndose, recreándose, solazándose en su Verbo de Vida:

 “En aquel amor inmenso
Que de los dos procedía,
Palabras de gran regalo
El Padre al Hijo decía,
De tan profundo deleite,
Que nadie las entendía;
Sólo el Hijo lo gozaba,
Que es a quién pertenecía…
En ti sólo me he agradado,

Eres lumbre de mi lumbre,
Eres mi Sabiduría,
Figura de mi sustancia,
En quien bien me complacía.
Al que a ti te amare, Hijo,
A mí mismo le daría,
Y el amor que yo en ti tengo
Ese mismo en él pondría,
En razón de haber amado
A quién yo tanto quería.” ( San Juan de la Cruz)

¡Sí, tan sólo mirarle! Una simple mirada, una mirada amante, decirle con María, decirle con José, decirle con los Pastores, con los niños, con los pecadores arrepentidos de todos los tiempos, decirle unidos a todos los locos de Dios, los santos, decirle con San Bernardo, con San Francisco, con San Antonio de Padua, con Enrique Susón, con Santa Rosa de Lima, con San Cayetano, con San Estanislao de Kotska, con Santa Teresa del Niño Jesús, con Antonio Chevrier , con todos los santos enamorados del Niño Jesús y de su felíz infancia que restauró a la humanidad caída. Digamos a este Niño, casi susurrando, como una dulce nana: “Te diré mi Amor, Rey mío, con una mirada suave, te lo diré contemplando tu cuerpo que en pajas yace, Te lo diré con mis besos, quizá con gotas de sangre…Te diré mi Amor, Rey mío, adorándote en la carne, te lo diré con los labios de tu Esposa, con la fe de tus mártires…Te diré mi Amor, Rey mío, oh Dios del amor más grande, bendito en la Trinidad que has venido a nuestro pobre valle.”

Tan sólo mirarle, tan sólo sumergirnos en ese Misterio de ternura que puede convertirnos en un instante de gracia…Tan sólo mirarle para ser iluminados por la Luz del Verbo hecho carne…Tan sólo mirarle para unirnos a El definitivamente, sin más rodeos con su amor. Tan sólo mirarle para que el Sol que por las entrañas de misericordia de nuestro Dios nos visita revestido de mi carne; el Sol que se ha escondido en la ceniza para que no tenga miedo de acercarme a su resplandor, pueda curar mi ceguera. Aprendiendo a ver a Dios hecho niño, hecho pobre, hecho aflicción, hecho necesidad mis ojos pueden purificarse de tantos egoísmos, de tantas cegueras, de tantas impurezas, de tantas cerrazones al Amor.

Tan sólo mirarle…para que mis ojos transfigurados por la ternura del Niño, fascinados y encandilados por su Luz sólo puedan ver a Jesús en los demás…sólo puedan ver en el prójimo al Dios que se me hizo prójimo; al Dios que se me hizo Hermano en la Navidad.
“Piensa que tú, que aún no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios: así lo atestigua expresamente San Juan: Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.” ( San Agustín)


Dios en Navidad se me hace prójimo, mi próximo…pero prójimo hambriento y sediento de mi concreto y operante amor. Desde esa Noche Santa todo rostro humano –aún el más herido, aún el más esclavizado, aún el más carente de los cánones de la mundana hermosura, aún el deformado por la lepra del pecado- está llamado a reflejar el Rostro del Verbo que se hizo Hombre, que se hizo Rostro, se hizo Hermano y Buen Samaritano de todos los caídos y enfermos –quién en alguna manera no lo está-.



De esta manera la mirada al Rostro del Niño, la simple mirada amante vuelve a hacerse murmullo, coloquio, diálogo, canción de amor, pedido de amor para amar con El, para que El puede amar en mi y a través de mi pobre amor: “Jesús Hermosura de todas las hermosuras, flor de los campos y lirio de los valles, imprime tu Rostro en mi corazón…que nada pueda desviar mi amor de la contemplación de tu Rostro, de poder enjugar tu Rostro en todos los “Jesús” que encuentre en mi caminar. Cada gesto de amor cristiano, de misericordia puede devolver la hermosura de tu Rostro a un hermano. ¿a quién devolveré esa hermosura en esta Navidad? ¿A quién ofreceré ese Hermosura?
Ha venido a buscarme el Buen pastor, haciéndose tierno Cordero, no hay abismo que se le resista. ¿Queremos saber quién es Dios, cómo es Dios…? ¿Queremos atisbar algo de su amor loco? ¿Queremos “calcular” la medida de su amor? Miremos el Rostro del Niño. Míralo y déjate mirar. El mismo nos dice: “Quién me ve, ve al Padre.” Dios se ha hecho Niño para que no tengamos miedo de acercarnos a El. En Navidad se cumple en plenitud lo que el Señor ya había anticipado por boca del profeta Oseas: “Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla…”

El Hijo, el Niñito nos está mostrando el Corazón del Padre misericordioso. El se inclina sobre nosotros, inclina su mejilla misericordiosa, se abaja en su Hijo amado para recrearnos con su Perdón y para alimentarnos de su Vida.

Terminemos esta meditación orando juntos para que el Niño pueda nacer en esta Navidad en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestro mundo. Que María, nuestra dulce Madre, la Virgen de la Espera, nos regale al Niño, nos dé a su Hijito hoy y siempre. Veni Domine Iesu… Miremos con amor las siguientes imágenes:



                                
       
                       Oración  ante el Misterio de la Encarnación:

“Mirar y considerar lo que hacen María y José, caminar y trabajar, para que el Señor nazca en suma pobreza, y al final de los trabajos, de hambre y sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí” (San Ignacio E.E. 116)

                                    

                                 
 Así te necesitaba, oh Dios mi corazón: hecho hombre, para poder mirarte con mis propios ojos y poder amarte con un amor más humano. Y tu Bondad todopoderosa hace el milagro: Tu, el infinito, te reduces a la pequeñez de un Niño, y me miras y me sonríes y me amas. Tú, el Verbo eterno de Dios, eres ahora “recién nacido”. Tú, la Belleza infinita e invisible, brillas ahora ante mis ojos. Tú, el Omnipotente invisible, ahora “estás ahí”, frente a mí, visible, palpable, asequible, estás ahí y puedo mirarte, y hablarte con palabras humanas y oír el sonido de tu Voz. Naces para ser, con tu ejemplo, mi seguro Maestro. Naces para ser con tu muerte, mi amado Redentor Quiero vivir siempre, oh Jesús la alegría de tu Natividad, la alegría de saber de que naces por mí, y que vienes a buscarme para llevarme contigo.


¡Oh Jesús, Niño Dios, Tú el pequeño Infinito, cubre mi pequeñéz con tu grandeza y llena con tu Amor el inmenso vacío de mi alma. María, Virgen de Belén, Madre de la dulce Espera que tus manos virginales depositen al Niño en el pesebre de nuestro pobre corazón…lo queremos recibir hoy y siempre de tus manos y de tu “hágase” de humilde esclava, Sierva del Amor. Amén






                                  

miércoles, 1 de diciembre de 2010

II Meditación para unas Vísperas de Adviento

      

 Jesús la Raíz de Jesé, la Flor de la Virgen Madre



               

En muchos lugares se prepara al comenzar la preparación a la Navidad una corona de luces y hojas verdes perennes: la corona de Adviento. Este signo preparado por los padres e hijos, en intimidad familiar, con la creciente iluminación de sus cirios, nos va anunciando cada tarde, en la oración de la familia, en nuestro hogar, en nuestra meditación cotidiana, que ya se acerca la Noche Santa. Aquella noche más clara que el día, en donde el conocimiento de Dios Amor, en su Hijito hecho Niño, llenó el orbe de la tierra. En donde nace nuestra Paz, nuestra reconciliación. En donde, en la dura tierra, se vuelve a abrir el Paraíso. Noche santa en donde germina la Flor de Jesé, la Flor que brota de la Virgen, despidiendo un aroma suavísimo, la Gracia del Espíritu Santo.

La corona de Adviento nos habla de la luz que es Jesucristo, esa luz ansiada en toda la Historia de la salvación…Historia de luces y sombras. La Luz de la Misericordia divina quiere revelarse ante las tinieblas del corazón humano que se esconde y se escapa de la irradiación de esa luz. Luz Bienaventurada en donde el Dios vivo se nos da a conocer –se nos comunica- y en donde nos ofrece la salvación, la participación de su Vida. Pequeña luz que va creciendo hasta llegar a esa noche, donde en la gruta de Belén, “dará a luz, la que tiene que dar a luz”, y entonces la Gloria del Señor, en su Hijo, nos cubrirá con su Luz.

 Jesucristo desde la Noche de Navidad es la Luz del mundo. La corona de Adviento quiere invitarnos a que alimentemos constantemente la lámpara de nuestra fe, esperanza y caridad, por medio de la oración, el silencio gozoso que se abre a la escucha de la Palabra, las obras de misericordia…todo ello debe ir preparando la lámpara del corazón para encontrarnos con el Esposo, con el Niño Jesús, que se desposa con la humanidad en la Encarnación.

Ya San Bernardo contemplaba -en la ardiente súplica de la esposa humilde, pobre y exiliada del Cantar de los Cantares- la voz de la humanidad exiliada y pobre que clamaba por su Amado, por su Pastor, por su Redentor: ¡Qué me bese con los besos de su Boca![1] Bernardo decía que ese beso de unión y desposorio, una alianza eterna, se celebraba en la Encarnación. La Encarnación es el Beso del Verbo Esposo, del Hijo, del Amado, a la humanidad doliente para hacerla suya para siempre[2]. “Beso divino que es a la vez de creación, beso de perdón y reconciliación, beso de divinización y de unión”[3]. La corona de Adviento nos recuerda las lámparas de las vírgenes prudentes que están ansiosamente esperando el único beso de Cristo Esposo que las confirmará para siempre en una alianza eterna y perpetua con Él. Al contemplar las lámparas de la corona de Adviento debemos preguntarnos: ¿cómo es mi espera, como está esa santa ansiedad y anhelo, ese amor sediento, de salir al encuentro de Cristo Esposo? ¿Deseamos en verdad su venida? ¿Es nuestra caridad tan ardiente como la de esa llamita que contemplamos, una llamita que guarda un potencial tremendo de luz y fuego, para “acelerar” la Venida del Esposo y recibir el Beso de la Encarnación en nuestra alma? ¿Nos visitará el Esposo dándonos desde él, desde su Amor que se abaja a nosotros, un nuevo nacimiento, una nueva Navidad…la primera Navidad?

Las luces de la corona de Adviento nos hablan de la realidad honda de la profecía de Isaías que hemos escuchado. El conocimiento del Señor llenará la tierra como las aguas inundan el mar… Un desbordamiento de conocimiento, un conocimiento que no es algo meramente gnoseológico sino que implica precisamente una comunicación de vidas, un admirable intercambio de vidas, admirabile commercium como cantaremos en Navidad. Conocimiento que es un desborde de luz para el corazón humano tan oscuro y frío.

El rostro de ese Niñito -pobre y abandonado en Belén y en los Belenes de la humanidad lacerada de hoy- es la plenitud de conocimiento que inunda todos los corazones. Nadie queda excluido de esa luz, en Jesús brillará para siempre el Misterio de Dios que nos salva.

 Dios es así, como ese Niño. Dios obra así, salva así… Tierno, inerme, sin violencia, dejándose llevar, necesitando de nuestro amor como ése Niño, como todo niño. Ese Niño es la plenitud de conocimiento de Dios, allí ya está en germen, en brote, toda la redención.

 La palabra brote, germen, renuevo, tiene una admirable similitud con la palabra iluminación, amanecer[4]. Ese Niño es la Raíz de Jesé y es el Sol que nace de lo Alto por la entrañable misericordia de nuestro Dios, como canta el Benedictus cada aurora. Ese Niño nos introduce en el Corazón de Dios que ya no es el Lejano, el Extraño, el Innombrable, Aquel con Quién no puedo entrar en una relación real…sino es el Cercano, el que ha roto por el Amor toda frontera hasta hacerse “Dios con nosotros”, hasta hacerse accesible, encontradizo, hasta hacerse necesitado y mendigo de nuestro amor…de nuestro amor sediento.

Un segundo signo de la Corona de Adviento que podemos desentrañar con la profecía de Isaías, la profecía del brote de Jesé,  es el color verde de las hojas y ramos de pino y la perennidad de esas hojas, de ese verdor. Las hojas verdes de la corona, ese verdor perpetuo de las coníferas que resisten los duros inviernos, las embestidas de los vientos y las nevadas, nos hablan del amor de Dios siempre fiel. El nacimiento de Jesús en Belén nos está diciendo esto, nos está cantando esto: Dios es siempre fiel a sus promesas, a su Alianza…su Misericordia con nosotros es perenne.

En las ramas de la corona y en el tronco caído de la casa de Jesé nos podemos encontrar con una profunda analogía de semejanza. De ese tronco casi muerto sale una pequeña yema, un brotecillo endeble, una ramita frágil, signo de la fidelidad del Amor de Dios.  A pesar de las muertes de nuestro pecado, a pesar de nuestras caídas,  esa fidelidad del Amor divino nos sigue ofreciendo la Esperanza del mundo que es su Hijo. Ese Hijo brota como renuevo de Vida, precisamente en la asunción de nuestra muerte y  las consecuencias de nuestros pecados, desde nuestra humanidad asfixiada en el desamor y en la indiferencia.

 Un Brote de Vida pequeño y frágil -como un recién nacido- que sin embargo tiene la fortaleza de la hoja perenne de un pino que no es vencida por las aguas torrenciales del invierno. Un brote de Vida, tierno e indefenso como un Niño, que nos habla y nos regala el perenne verdor de la vida de los hijos, de la Gracia, del Amor divino.

Según San Bernardo[5], la profecía de la rama verde que brota del tronco muerto y caído, hace referencia a María y a Jesús. Sobre esa Rama verde reposará complacido el Espíritu Creador y en la noche de Navidad, de esa Rama verde brotará la Flor de Jesé…Esa Flor  es Jesús[6]. Bernardo se extasiará ante esa Flor del campo y ese lirio de los valles que es Jesús y ante el brote siempre verde, siempre fresco, siempre bendecido por la Gracia, que es la Virgen, la Madre Virgen, María. Del corazón de esos pobres del Señor, de aquellos sufridos, mansos, de corazón roto, de aquellos que tienen sólo en Dios su Esperanza…de esos pequeñuelos, de esos pobres, de esa rama verde de los corazones fieles, será regalada al mundo la Flor de Jesé, el humilde lirio del campo, Jesús, la Flor de la Virgen Madre.

Esa Flor de Jesé, ese Lirio de los valles, esa escondida Flor del campo, reconducirá al corazón humano a la armonía con el Creador y con toda criatura. La Flor de Jesé será tronchada salvajemente en su Pasión, la blancura del lirio del campo se teñirá del color púrpura de la Sangre para regalar al mundo la reconciliación y la paz. El lirio purpura del valle será arrancado voluntariamente en amor para que se acallen las armas homicidas del corazón humano y puedan juntos caminar hacia Belén todos, fieras y animales domésticos, los viejos junto con los niños, las doncellas y los jóvenes, los osos y los leopardos, los leones y las ovejitas, los pesados bueyes y los ágiles cervatillos, todos al encuentro de Aquel que es el Paraíso…el Paraíso que se nos abre en una Gruta, en la Gruta del pesebre, en el portalito de Belén[7].

Dejémonos conducir en estos días en que preparamos el corazón para vivir no otra Navidad sino la única Navidad, la primera Navidad como dice bellamente el villancico The first NoelUn niño pequeño[8] quiere reconducirnos, un Niño de pecho quiere ser nuestro Pastor para llevarnos a esa paz que nos regaló haciéndose por nosotros: Él, la perenne Eternidad del Amor Divino, una frágil Flor, una tierna Flor que brota de la esperanza de un brote, de un ramo verde…¡Qué respiremos en estos días el aroma espiritual de esa Flor de Jesús en donde reposa complacido la plenitud del Espíritu, la plenitud de la Gracia y la Verdad!

P. Marco Antonio


[1] Cantar de los Cantares incipit.
[2] Este admirable incipit del Cantar de los Cantares ha sido interpretado desde Orígenes como el amor sediento del Pueblo santo de Dios y en él de toda la humanidad…amor sediento del alma y de la Iglesia Esposa para que venga el Mesías, el Redentor, la Boca del Padre: “Hasta cuándo mi Bien Amado me enviará sus besos por Moisés? Me enviará sus besos por los profetas? Son los propios de mi Bien Amado a los que deseo unirme. Que venga Él mismo, ¡Ah, que descienda Él mismo! Se terminó el tiempo de los profetas que venga, por fin, Él mismo. “ Cf Blaise Arminjon SJ, La cantata del amor, lectura comentada del Cantar de los Cantares.
[3] Blaise Arminjon SJ, o. c.
[4] En griego se utiliza la expresión Anatolé. En latín se la podría traducir como Oriens et Radix como de hecho lo hace la liturgia en el canto vespertino de las antífonas “O”.
[5] San Jerónimo en la Vulgata alude directamente a este renuevo de Jesé como una Flor nacida de la Virgen…la similitud entre virga et virgo es directa. Incluso la etimología de virgo viene de verdor en la lengua latina. Virgen es aquella que ha conservado su verdor intacto. De allí también la imagen de la zarza ardiente que no pierde su verdor para referirse a la Madre Virgen en los Padres de la Iglesia.  San Jerónimo traduce así: “Et egredietur virga de radix Iesse, et Flos de radice eius ascendet…” Una flor ascenderá de su brote verde…así se debería traducir literalmente.
[6] Creo que de la dulzura de amor divino, que destila todo el comentario bernardiano del Cantar de los Cantares, esta página es insuperable, incluso la expresión latina es de una prosa poética que supera la prosa musical de San Agustín. Se las transcribo para las almas enamoradas, como Bernardo, de Jesús la Flor del campo: “Jesús es la Flor del campo. Él es la Flor del Jardín, engendrado virgen del retoño virgen.  Es la Flor del campo, el mártir, la corona y el ejemplar de los mártires. Echado fuera de la ciudad, padeció fuera del campamento, elevado sobre el leño, hecho espectáculo e irrisión de todos. También es la Flor de la cámara nupcial, espejo y modelo de toda obra buena…Llévame en pos de ti y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes: te seguiré a gusto y más gustosamente gozaré de Ti. Si eres tan bueno con los que Te siguen ¿qué serás con los que te consiguen? Yo soy la Flor del campo: el que me ama, salga al campo, no rehúse combatir conmigo y por Mi.” (In Cantica canticorum Sermón 47).
[7] “Prepárate Belén, a todos se nos abre el Edén; exulta Efratá, porque en la gruta está por florecer del seno de la Virgen el árbol de la Vida. El seno de la Virgen se ha convertido en un jardín espiritual en el cual germina el fruto Divino, y nosotros comiéndolo tendremos la Vida y no moriremos ya como Adán.
Cristo nace para elevar la imagen caída del hombre. Hoy la Virgen se dirige a la gruta para dar a luz al Inefable, al Verbo Eterno. Exulta, universo, al oír esta Buena Nueva: con los ángeles y los pastores glorifica al Dios Eterno que ha querido manifestarse como tierno niño”.  Troparios de laLiturgia Bizantina de Navidad  atribuidos a San Gregorio de Nacianzo, el Teólogo.
[8] Isaías 11, 6.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Vox clara ecce intonat...


                         Vox clara ecce intonat…

          Una meditación en las vísperas dominicales del Adviento


 “Vino la Palabra del Señor en el desierto…¡preparadle un camino!”

En el Adviento resuena constantemente esta invitación de la Palabra de Dios ante el Señor Jesús que viene: ¡preparadle un camino! Los caminos del propio corazón, los caminos de nuestra historia, toda nuestra persona debe ser ese camino por donde pueda venir el Salvador.
Jesús se nos presenta siempre como Aquel que viene. El tiempo del Adviento quiere introducirnos más y más en este Nombre propio de Dios, “El que viene”:

         “El verbo venir se presenta como un verbo teológico, incluso teologal, porque dice algo que atañe a la naturaleza misma de Dios. Por tanto, anunciar que Dios viene significa anunciar simplemente a Dios mismo, a través de uno de sus rasgos esenciales y característicos: es el Dios que viene”[1].

Jesucristo es Aquel que ha venido hacia nosotros. Este es el fundamento de nuestra fe, la raíz de nuestro estar salvados en la esperanza. Es el Emmanuel que ha puesto su tienda en medio de nosotros. Ha puesto su Morada en nosotros, en nuestra pobre humanidad desposándola consigo para siempre en alianza eterna. Dándonos todo lo Suyo y recibiendo en Sí todo lo nuestro: O admirabile comercium!![2]

Pero también es Aquel que vendrá, en El todas las cosas alcanzarán su plenitud. Los gemidos de la espera de la creación[3] se convertirán en ese “Día del Señor”, en un Aleluya sin fin, en el canto perenne del Amor. El maravilloso canto del libro de Baruc, anunciando el retorno a la Santa Sión, a la Nueva Jerusalén, a la Ciudad que Dios nos prepara, que baja y viene de El[4], se convierte en la respuesta a nuestros gemidos y lágrimas, es el “Sí” de la fidelidad de Dios a sus promesas. Es el Dios fiel cuyo Amor para nosotros es indefectible, no fracasa, porque eternamente ha hecho Alianza con nosotros. En su Hijo que se ha manifestado y ha venido a nuestra carne, a nuestro mundo, cambiando nuestras lágrimas en un canto, en el canto de los salmos graduales, que expresan la alegría del camino hacia el Señor, la alegría del Señor que transforma los dolores de su creación en gavillas fecundas, en el nuevo Jardín de Dios irrigado por los canales de su gracia:
“Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares[5]…”

El mundo entero espera y gime. Nuestra plegaria tiene que saber expresar y leer las lágrimas de toda criatura para ofrendarlas al “Viniente”, debe estar dirigida hacia el cumplimiento de su Obra fiel y amorosa en nosotros. Aquel “Veni, Domine Iesu[6]”, que cantamos y anhelamos en cada Eucaristía, debe abarcar y sintetizar todas nuestras esperas, todos los quebrantos físicos y morales de nuestra oscura humanidad, siendo serenamente conscientes de que toda nuestra vida y todo lo bueno y verdadero que nos circunda vive y tiende hacia esa “Felíz Esperanza[7]” de Jesús. La Esperanza anhela la Presencia, el deseo tiende y vive por acercarse a la Presencia, que es unión y posesión con el Amado.

El Adviento es como un juego de amor, como el juego del amor hermoso, que se nutre de presencia y ausencia[8]. El Amado se esconde para hacerse “desear” más, para hacer crecer el amor que busca la unión. Jesús en el Adviento es Presencia, El ha venido en su Encarnación, pero quiere ausentarse, quiere estar siempre viniendo para suscitar nuestro deseo, nuestra espera, nuestra disposición interior. Si lo esperamos, si apoyados en El lo aguardamos, esta espera aviva la lámpara del Amor. Y la lámpara puede apagarse gozosamente en el alba de su Venida, de su Presencia. Esperanza, Presencia ya comenzada pero no plena que aviva el amor, que nos llama a hacernos camino para poder llegar a la posesión del Amor. ¡Cuán bellamente San Bernardo y su teología del corazón expresan esta Espera-Presencia en su Iesu dulcis memoria! ¿No avivará nuestro deseo el rezarlo más frecuentemente?
        

Oh Jesús de dulcísima memoria
         Que das el verdadero gozo al corazón,
         Más dulce que la miel y que toda otra cosa
         Es tu dulcísima Presencia.[9]

San Bernardo pide al Señor que ha venido en la Encarnación, en la ternura del Niño de Belén, que siga viniendo. Que siga prolongando su venida no sólo en los Santos Sacramentos, continuación y comunicación de su Encarnación Redentora, sino también en las visitas del Verbo al alma, en ésas visitas en donde El es nuestro refrigerio y consuelo. La dulcísima Presencia de Jesús es la que enjuga toda lágrima, es la que aleja toda oscuridad, es la que ablanda toda dureza, es la que disipa toda tristeza y aflicción. ¡Visitas de Jesús, advientos de Jesús…venid, venid a nuestros corazones!

         “ Cuando nuestro corazón visitas
            Entonces brilla en él la Verdad
           Todo lo pasajero se convierte en vano,
            Encendido por tu ferviente caridad.”

Jesús es Aquel que siempre está por llegar[10]. Su venida es una realidad actual. La Presencia de Jesús nos dice en este adviento: “Mira que estoy a tu puerta y llamo: si alguno oye mi Voz, y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.”[11]

Si dejamos entrar a Jesús, si la puerta se ensancha por el deseo, El dirigirá una palabra personal para cada uno de nosotros, haciéndonos participar de sus bienes, de su vida de Hijo. Adviento es el tiempo en que se nos pide que nos hallemos sedientos y abiertos para Dios. Debemos hacernos como ese desierto, tan temido, pero lugar del recomenzar de la Alianza, en donde puede bajar y venir la Palabra del Señor. El desierto es el lugar del despojo, no podemos seguir con nuestras “chucherías[12]”, nuestros apegos, nuestro bagaje interior, hay que darlo todo por el Todo. No se puede caminar con mucho equipaje por un desierto. Ese es el sentido del vaciamiento del corazón en este adviento, si la palabra del Señor ha de venir a nuestros desiertos debemos gustar su soledad, su cercanía, nuestro corazón en muda súplica, como la tierra reseca, debe suspirar por su gracia.

Vino la Palabra del Señor a Juan en el desierto[13]”.  También a nosotros se nos invita a estar sedientos para el agua gratuita de Dios[14]. Se nos pide tener sed, una sed de su gracia que sólo El puede saciar[15]. Para eso quiso venir sediento a nuestros desiertos Aquel que es la Fuente, el Manantial de la Vida.

Adviento es la Visita y la Presencia de Jesús para ir completando su obra en nosotros[16], para que nos encontremos santos e inmaculados por el amor el Día de su Venida, en su Día. Esa es la oración de Pablo por sus hijitos filipenses. Es una súplica de total esperanza en la acción de la gracia de Jesús. El pide para que el Señor por medio de su visitación continua en los corazones de los filipenses vaya realizando Su obra, o sea la completa “cristificación”. Esta oración nacida del corazón de Pablo en donde late el Corazón de Jesús… (en este pasaje se nos habla explícitamente del Corazón de Cristo[17]) nos está cantando la confianza plena en la Gracia. Esta oración nos abarca a todos. Pese a los pecados de nuestra vida, a nuestras resistencias al Amor, con el peso de nuestra mediocridad, de la chabacanería, de nuestra insensibilidad espiritual, el Amor del Redentor que viene puede remediarlo y redimirlo todo. Basta que nos pongamos en espera. En espera confiada y serena[18]. Incluso de nuestras infidelidades, Jesús el que viene, puede abrir nuevos caminos para que experimentemos la hondura de su Amor que salva. Nos dirían los Santos: ¡Basta que creas! Reza, ten fe y no te preocupes. (P. Pío de Pietrelcina)

Jesús es el que viene a nuestros desiertos para transformarnos a nosotros mismos en su Adviento. Así como su Madre, la llena de Gracia, es el Adviento viviente de Jesús, así el quiere entrar en nuestra vida para seguir viniendo a nuestros hermanos, a nuestras familias, a nuestro trabajo, a nuestros amigos. La venida de Jesús quiere transformarnos en Adviento suyo para nuestros hermanos. Por ello debemos proponernos, cuánto nos hacen crecer los pequeños buenos propósitos, algún gesto concreto que nos ayude a vivirnos como un adviento de Jesús para los otros. Y desde ya ofrecerle toda nuestra vida para que El pueda seguir naciendo en muchos corazones, dejemos que sea la dulce Voz del Señor la que nos hable e interpele:

“¿Estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo y tu vida? Esta es la voz del Señor que quiere entrar también en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros. Busca también una morada viva, nuestra historia personal. Esta es la venida del Señor?” (Benedicto XVI en las I vísperas del Domingo I de Adviento)


P. Marco Antonio Foschiatti op









[1] Benedicto XVI, Homilía en las I vísperas del Domingo I de Adviento, 2 de diciembre de 2006.
[2] La celebérrima antífona de la Octava de Navidad que resume admirablemente el Misterio de la Encarnación y su soteriología: “¡Oh admirable intercambio, el Creador del género humano asume un cuerpo animado y haciéndose hombre sin concurso de varón nos hace partícipes de su Divinidad!”
[3] “La creación hasta el presente gime y sufre dolores de parto. También nosotros que poseemos las primicias del Espíritu gemimos en nuestro interior anhelando la redención de nuestro cuerpo.” Rm 8, 22-23.
[4] “ Y ví la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su Esposo” Ap. 21, 2.
[5] Sal 125, 1-6.
[6] Ap 22, 20.
[7]Tt 2, 13.
[8] ¿Adónde te escondiste, Amado,
 y me dejaste con gemido?
 Salí tras ti clamando y eras ido. San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual.
[9] Himno al Santísimo Nombre de Jesús, que ha brotado de la meditación cálida de las homilías de San Bernardo en el siglo XII.
“Iesu dulcis memoria
Dans vera cordis Gandia,
Sed super mel et omnia,
Ejus dulcis Praesentia”.
[10] “Ábrame, mi hermana, mi amiga, mi paloma, mi perfecta! Mi cabeza está cubierta por el rocío, y mis bucles, por las gotas de la noche” (Cantica Canticorum 5, 2-3) “Jesús es un amante que a nuestra puerta espera en la fría noche. No llega como alguien que se impone, sino implorante; no como dueño y señor; no como acudía hasta aquí en su fuerza y magnificencia, y ella (la amada) no tenía otra opción que arrodillarse amorosamente ante él; pero esta vez viene a ella, bajo la apariencia del pobre y más lastimoso de todos. Con el rostro de sirviente humillado, que será entonces también el suyo! Y él suplica, llama a su compasión, a pesar de ser él rico y bienaventurado entre todos. Y, por cierto, él es rico, aquel que soberanamente colma; pero también es el pobre, ya que él mismo nunca es colmado. Y es muy grande y muy alto, es cierto, pero también es muy pequeño, porque es propio del amor tener siempre que anonadarse. Y también es Agua viva, fuente inagotable, y el que acerca sus labios experimenta que de su seno brotan fuentes de agua viva ( Jn 7, 38) pero, al mismo tiempo, es el mendigo sediento que implora al borde del camino: Dame de beber ( Jn 4, 7). El es la fuente que tiene sed.” Blaise Arminjon SJ, La cantata del amor.
[11] Ap. 3, 20.
[12] O sea dando el corazón a bagatelas, a vanidades, a baratijas.
[13] Lc 3, 2.
[14] “¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata y sin pagar, vino y leche de balde!” Is. 55, 1.
[15] “El que beba del Agua que yo le dé, no tendrá sed jamás”. (Jn 4, 13).
[16] “Firmemente convencido de que Quién inició en vosotros, la obra buena, la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús”. Flp 1, 6.
[17] “Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el Corazón de Cristo Jesús” Flp 1, 8.
[18] “Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos abraza siempre primero (1 Jn 4, 10). En este sentido, la esperanza cristiana se llama teologal: Dios es su fuente, su apoyo y su término. ¡Qué gran consuelo nos da este misterio! Mi Creador ha puesto en mi espíritu un reflejo de su deseo de vida para todos. Cada hombre está llamado a esperar correspondiendo a lo que Dios espera de él…¿Qué es lo que impulsa al mundo sino la confianza que Dios tiene en el hombre? Es una confianza que se refleja en el corazón de los pequeños, de los humildes, cuando a través de las dificultades y las pruebas se esfuerzan cada día por obrar de la mejor manera posible, por realizar un bien que parece pequeño, pero que a los ojos de Dios es muy grande: en la familia, en el lugar de trabajo, en la escuela, en los diversos ámbitos de la sociedad. La esperanza está indeleblemente escrita en el corazón del hombre, porque Dios nuestro Padre es Vida, y estamos hechos para la vida eterna y bienaventurada” Benedicto XVI, Homilía en las I vísperas del Domingo I de Adviento, año 2007.