Exaudi nos Domine

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Cor Iesu Sacratisimum Miserere nobis

miércoles, 22 de diciembre de 2010

De una Familia Divina pasó a una Familia humana

       

Queridos Hermanas y Hermanos: ¡¡Dios ha nacido!! ¡¡Dios está aquí!! ¿Quién no recuerda con feliz nostalgia las Navidades de su infancia?  ¡Qué triste si en nosotros no se conserva la esencialidad de la infancia, de la niñez! Por mi parte, recuerdo cuanto gozaba en preparar el Nacimiento tanto en casa como en la Iglesia. Eran nacimientos muy particulares, toda la creación, toda criatura estaba invitada a participar del Nacimiento del Salvador. No sólo aparecían los pastores con sus ovejas y corderitos, sino también jirafas, elefantes, osos…y otros personajes más. Casitas en las montañas, aldeanos, cascadas, pinos, toda clase de animalitos, castillos y fuertes…todos estaban invitados a visitar al Niño, a ponerse en camino hacia el Niño. Cada día avanzaban un poquito, hasta que llegado el día, se encontraban rodeando el pesebre, contemplando con sus propios ojos al Salvador y ofreciéndole sus dones[1]. Tiempo después encontré el significado de este juego de niños, el profeta Isaías nos dice que “toda carne contemplará la Salvación de Dios[2]”. Toda criatura sale al encuentro, se pone en camino hacia Cristo que nace[3].

La Navidad es el culmen del camino de toda la creación que espera ansiosamente a su Creador, a la Palabra que llamó a todos los seres a la vida, a la Palabra que pronunció todos los seres y que ahora se brindaba como criatura, como un tierno e indefenso niño en una pesebrera.

En ese camino hacia el pesebre, recuerdo con cuánto amor preparábamos un largo camino con arena y piedritas, para que desde el ocho de diciembre hasta el veinticuatro pudieran ir avanzando día a día María y José. María y José caminaban juntos, sosteniéndose mutuamente. El, con su fuerza, su sentido práctico, su sabia conducción y Ella con su ternura, con su mirada pura y serena…siendo el Sagrario del Santo, daba aliento y confianza a su querido esposo virginal en las sombrías nubes que los envolvían. Un viaje largo, en la dureza del invierno…pero cuánto más hondo cala en sus corazones y en el corazoncito del Niño Jesús la frialdad de los suyos que no lo recibieron, que no tuvieron lugar, que los dejaron golpear sin respuesta  en las puertas de sus corazones. ¡¡Cuánto frío en Belén, cuánta frialdad en los corazones!! Para el Niño no hay lugar…para Dios ya no hay lugar. Para una familia que está por nacer en ese precioso y necesitado Niño ya no hay lugar…

María y José caminan y caminan…encuentran la calidez de “dos alientos amigos[4]” los animales del pesebre y allí preparan la cuna al Rey de reyes, al Príncipe de Paz. María y José caminan y caminan…son dos jóvenes esposos, unidos en su entrega de amor total al Señor, servidores del designio de salvación, que tal vez no comprenden acabadamente. Sin embargo son dos jóvenes esposos unidos por un amor virginal, por una alianza que es la entrega de sus vidas a ese hijito que María concibió de la Sombra del Paráclito. Caminan los jóvenes esposos y al llegar la hora del alumbramiento virginal de María, en aquella noche más clara que la luz, los esposos nacen como Familia. El niñito recostado en el pesebre los hace Familia. Jesús es el vínculo de amor entre María y José. Ella le entregó todo su corazón y carne virginal para que el Hijo se manifestara como el Emmanuel; José le ofrecerá su corazón virginal para proteger y cuidar el Arca Santa, María, y para ser la sombra luminosa de Dios Padre. Será aquel que introduzca a Jesús en el linaje de los reyes y profetas, nutrirá al que alimenta a los pájaros del cielo y vestirá a Aquel que hermosea los lirios del campo. José y María vinculados en Jesús. Familia humana que nace en el pesebre de Belén y que es la imagen más perfecta de la Familia Divina: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Jesús recostado en el seno de María y en los brazos de José soñaría con el seno del Padre y con el Beso de Amor que es el Espíritu Santo.

Cuando nace el Niño, cuando nace Jesús, nace la Sagrada Familia de Jesús, José y María. Por tanto podemos decir que el nacimiento de Jesús hace nacer la Familia.

Jesús quiso comenzar la redención de todos los hombres en esa silenciosa y amorosa consagración de los vínculos de la Familia, la primera célula en donde nace, se nutre y se forma la vida. Primer hogar, calidez del fuego, en dónde nos vivimos amados y podemos abrirnos para dar amor. Todo ello lo quiso vivir el Hijo de Dios. Jesús quiso verse necesitado del amor humano, sediento del amor humano, para de esta manera consagrarlo y convertirlo en instrumento de su Redención:

“La nueva Alianza no comienza en el templo ni en el monte santo, sino en el aposento de la Virgen, en la casa del Obrero, en un olvidado lugar de la Galilea pagana del que nadie esperaba cosa buena. Sólo allí puede comenzar una y otra vez la Iglesia, sólo allí puede restablecerse. No podrá dar la respuesta debida a la rebelión de nuestro siglo contra el poder de la riqueza si ella no permanece en Nazareth como realidad vivida”[5]

 Somos redimidos en ese Amor humano del Hijo de Dios, Amor humano entregado hasta el extremo, y que Jesús aprendió en la Trinidad de su Familia en Nazareth. Jesús quiso experimentar el amor de José y María para, de esa manera, aprender a amarnos agradecidamente, a nosotros y al Padre del cielo, con un Corazón humano[6]. Ésa es la Redención, ésa es la máxima Gloria de Dios.

Miremos con hondura de fe y amor el pesebre, miremos ésa familia tan pobre, tan necesitada, tan sola en esa noche fría…miremos y descubriremos a la Familia Divina: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que están ya amaneciendo en nuestros corazones gracias a que el Hijo, la Palabra se ha hecho Niño. “Quién toca la humildad del pesebre, la pobreza del Hijo hecho niño, está tocando el cielo.” (Benedicto XVI) Toquemos el Santo pesebre y tocaremos el cielo… El Cielo, Dios Amor, se nos está abriendo y donando en ese hijito recostado en las duras pajas. ¡¡Cuánto les debemos María y José, porque gracias al Niño, gracias a la Sagrada Familia, que nace en el pesebre, podemos descubrir a la Familia Divina, al Dios Amor[7]!! Como dice tan hermosamente un bello poema:

         “ De una Familia divina
            Pasó a una familia humana,
            Eterno Amar allá arriba;
           Acá abajo amor sin mancha.
           Arriba, el Fuego inefable;
           Acá el calor de una casa.
           Allá en el seno infinito,
           La canción nunca acabada;
           Acá, la canción de cuna
           Y la canción de una lanza.”

         El camino sigue y sigue…” (J. R. R. Tolkien)

Decíamos que en la gruta de Belén los jóvenes esposos María y José nacían como Familia gracias al Divino Niño que los aunaba con su amor y que necesitaba de su amor de padres. En la gruta culmina un camino… Con cuánto anhelo María espera contemplar el Rostro de su Hijito, poder estrecharlo en sus manos, besarlo con entrañas de madre y con adoración de humilde esclava. En la gruta culmina el camino de espera de José, las sombras de su cruda noche oscura, crisol de su amante fidelidad, se disipan al paso de la alegría…ése Niño era el Sol de sus ojos, su riqueza, su Todo.
Sin embargo comienza un largo camino, un penoso itinerario de renuncias por ése Hijito, una via regia de sacrificios y de entrega de la propia vida por ése Hijito. Contratiempos, exilio, dejar la tierra, comenzar siempre de nuevo, oscuridades, noches de la fe…A José sólo se le pedirá el oído atento, su prontitud del amor, su servicio escondido, su silencio adorante, su vivir de cara al Amor[8]. ¡Cuán atento tendrá que tener día a día su oído interior al Querer del Señor!
La Familia de Jesús fue una familia perseguida, exiliada, pobre, paciente, amante, peregrinante…La ofrenda de esa familia son los pichones de los pobres, ellos se identifican con los Pobres del Señor, por ello son Bienaventurados. Por esto son Ricos, porque son testigos y servidores del Misterio de la Pobreza del Hijo de Dios que nos hace ricos. ¡No hay angustia, ni indigencia, ni pena ni soledad sufridos por tantas familias que la Familia de Jesús, de alguna manera, no haya compartido y santificado!! ¡Cuán cercanos a la Familia de Jesús pueden sentirse todos los pobres y atribulados de este mundo! Cuando Jesús llama a todos los agobiados, enfermos y apesadumbrados por el peso de la vida al remanso de paz y fuerza de su Sagrado Corazón…está conociendo desde dentro toda esa realidad que oprime, inquieta y desasosiega. Ha conocido desde dentro el peso del trabajo, el sudor que redime, el pan que no alcanza, la lluvia que se hace escasa y tardía, la enfermedad y la muerte de su querido José, la viudez y soledad de su bendita Madre. Es el Varón de dolores que ha querido compartir los exilios de tantas familias, las pérdidas de tantos hijos, las preguntas sin respuesta de tantos padres: “¿Hijo mío porqué nos has hecho esto?[9] Y las preguntas de tantos hijos ante sus padres: “Padre mío…¿por qué me has abandonado?[10]”.

La Familia de Jesús es una familia en continuo camino, nace a la vera de un camino, en una gruta, en un pesebre…Debe huir por caminos oscuros para salvar y cuidar al Salvador. Debe volver a una provincia insignificante, la Galilea de los paganos. Cada año emprender el camino gozoso de la Pascua, llevando y enseñando a caminar, a sacrificar el corazón al Corderito de la Nueva Alianza, a Aquel que es la Pascua de nuestra Redención.
El camino del Hijo de esa Familia comienza en las duras tablitas de un pesebre y acabará en muerte de cruz en medio del rechazo y el desprecio, como un gusano no un hombre[11].
El camino de la Madre de esa Familia comienza en su “Hágase” sincero y amante, en completa disponibilidad, en completo vaciamiento de sí misma para hacer suya la Misión del Hijo. El camino de la Madre pasará por gozos y espadas que herirán su Corazón hasta llegar a su Maternidad de Gracia, cuando en su Sí doloroso al pié de la Cruz se convierta en la Nueva Eva, en la Madre de los discípulos de Jesús, en el Corazón de la Nueva Familia, la Iglesia Santa. Camino de fe obediente y entregada, de amor que busca y espera.

El camino de José, el Padre nutricio, la sombra de Dios Padre, comenzará también en su obediencia, en su vivir de cara al Misterio, en su humildad de instrumento fiel para que se cumplan los designios del Salvador. Camino que culminará en contemplar la sujeción del Hijo de Dios a su autoridad paterna, en ser testigo de la obediencia del Hijo por medio de la cual somos justificados. En la escuela del taller de Nazareth, Jesús comienza el camino de su obediencia que plenificará no en las maderas de un taller sino en el Madero de la Vida, en su Cruz.

Sin embargo todos los caminos concluyen y desembocan en el Dios Amor. La Familia humana de Jesús reflejará en sus caminos el Amor entregado del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo, el Niño, irá configurando día a día con su silencio, con su mirada, con su balbuceo, con su obediencia, con su oración y trabajo fiel y paciente el corazón de María y de José a semejanza del Corazón del Padre Misericordioso en el fuego del Paráclito…en el lazo del Amor.

Y éste es nuestro humilde pedido, junto al pesebre, en esta Santa Navidad: “¡¡Oh Jesús de Nazareth, hijo de Familia humana, por tu Familia divina, santifica nuestras casas!!” ¡Qué todos nuestros caminos puedan llegar a Belén, para que la Virgen nos muestre a su Hijo Jesús!  Muy Feliz Nacimiento del Redentor para todos.


P. Marco Antonio Foschiatti OP
Convento San Martín de Porres (Noviciado OP).
Mar del Plata (Buenos Aires)
Argentina.




[1] La liturgia oriental tiene una antífona muy bella para expresar los dones de toda criatura ante el Salvador que llega, dice así: “¿Qué vamos a ofrecerte, oh Cristo, pues por nosotros Tú naces en la tierra como Hombre? Cada una de las criaturas que son tu obra te trae efectivamente su testimonio de gratitud: los ángeles su canto, los cielos su estrella, los magos sus dones, los pastores su admiración, la tierra la cueva, el desierto el pesebre; pero nosotros te ofrecemos una Madre Virgen”.
[2] Is. 40, 5 “ Se revelará la Gloria del Señor y toda criatura a una la verá”.
[3] Los Maitines de la Navidad de la liturgia oriental comienzan con el bellísimo canon de San Gregorio Nacianceno que invita a toda criatura a salir al encuentro de Cristo que nace: “¡Cristo nace, glorificadle! ¡Cristo viene a nosotros, salid a su encuentro! ¡Cristo está en la tierra, elevaos al cielo!”.
[4] Hermosa expresión de nuestro villancico “A la huella, la huella, José y María” que hace referencia al buey y la mula, que con sus “alientos amigos”, dieron calor al recién nacido.
[5] Joseph Ratzinger, El Dios de Jesucristo, Sígueme, Salamanca, 1979, pp. 73-74.
[6] “Eucaristía significa acción de gracias; es admirable que Jesús dé gracias brindándose y regalándose sin fin a Dios y a los hombres. ¿A quién da gracias? Con toda certeza a Dios Padre, prototipo y origen de todo regalo…Pero también da gracias a los pobres pecadores que quieren recibirle, que le acogen bajo su indigno techo. ¿Da gracias a alguien más? Creo que sí: da gracias a la pobre doncella de la que ha recibido esa carne y esa sangre, cuando el Espíritu la envolvió en su sombra… ¿Qué aprende Jesús de su madre? Aprende el sí. No un sí cualquiera, sino un sí que se pronuncia una y otra vez, sin cansancio. Todo lo que quieras, Dios mío…aquí está la esclava del Señor, que me suceda según tu palabra…Esa es la plegaria católica aprendida por Jesús de su madre humana, de la cathólica mater, que le precedió en el mundo y a la que Dios concedió pronunciar esta palabra de la nueva y eterna alianza…” H. Urs von Balthasar, citado por Joseph Ratzinger, El Dios de Jesucristo, p 70.
[7] “Ser niño es decir padre, lo hemos constatado ya. Ahora hay que añadir: ser niño es decir también madre. Si se quita eso, se quita la niñez humana de Jesús precisamente y se nos deja apenas la Filiación del Logos, que, sin embargo, debe manifestarse precisamente a través de la niñez humana de Jesús.” Joseph Ratzinger, El Dios de Jesucristo, p. 70.
[8] “Pienso que a José, el Esposo de María, Jesús le sonrío con frecuencia sobre sus rodillas. Todos lo tuvieron delante de sí y nadie detrás. Por esto lo tengo a Jesús siempre en mi boca, lo llevo en mi corazón, lo llevo siempre ante mis ojos. De su Humildad paciente se sacia mi alma” (San Bernardo, Sermón sobre San José).
[9] Lc 2, 48.
[10] Lc 23, 46 y Mt 27, 46.
[11] “Yo soy un gusano, no un hombre,
     Vergüenza de la gente, desprecio del pueblo” (Sal. 21)

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