Exaudi nos Domine

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Cor Iesu Sacratisimum Miserere nobis

jueves, 11 de noviembre de 2010

La Devoción al Sagrado Corazón de Jesús una escuela de oración en clave de amistad divina...


                           Jesús, nuestro amigo 

"No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con Quién sabemos nos ama" (Santa Teresa de Jesús)
                 
 La devoción a la humanidad de Jesús, que renace con San Bernardo y se hace tan popular con la espiritualidad de San Francisco de Asís, tiene en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús su desarrollo más perfecto y como el sello de la aprobación divina. Un siglo antes de que Jesús se apareciese a Santa Margarita María, Santa Teresa de Ávila advertía a los contemplativos los daños e ilusiones de una espiritualidad que descuidase la devoción a la humanidad de Jesús.
         Un alma que camine hacia Dios y no cultive esta devoción parece a Santa Teresa “que camina, como suele decirse, por el aire; está privada de apoyo, aunque crea que está llena de Dios. No somos ángeles, sino que tenemos un cuerpo; querer hacer de ángeles es una locura” (Autobiografía, c. 22).
         La devoción al Sagrado Corazón de Jesús enseña prácticamente a las almas la verdad predicada por Santa Teresa y les da el apoyo más sólido y sublime.
         ¡Cuán fácil y dulce viene a ser para el alma su camino hacia Dios, cuando ha conocido a Jesús, se ha acercado a Él y ha entablado con Él un lazo de verdadera amistad!
         ¿La espiritualidad cristiana ha sufrido verdaderamente un empobrecimiento después de que el Cristo Pantocrator del arte bizantino se ha preferido al Jesús que nace en el pesebre de Greccio, o al Jesús que llora en el canto del Beato Enrique Susón, el Jesús que ofrece su Corazón a Santa Margarita María y busca en cambio el amor de los hombres? Es una bella temeridad hablar de empobrecimiento cuando, contra la espiritualidad oriental que no conoce una devoción a la humanidad de Cristo tan viva, pero que también ha dado tan pocos santos a la Iglesia, nosotros occidentales podemos contraponer la multitud inmensa de los amigos de Cristo.
         A la vida angélica, término de la ascesis oriental, el occidente simplemente ha preferido la vida cristiana: a la unión con los ángeles, la unión con Cristo; y esta unión es más fácil y elevada, porque la vida no cesa de ser humana y divina.
         Me parece que en el fondo la “vida angélica” sobre la cual, como ideal de perfección, insiste especialmente la espiritualidad del oriente, es solo un falso ideal que puede influir peligrosamente sobre la vida del cristiano. Se propone al hombre el ideal de una vida naturalmente más alta que no se sabe cómo se puede conseguir, y parece sobre todo que el ideal propuesto debe enseñar al hombre que existe en la naturaleza un camino capaz de acercarle a Dios. Por otra parte, aunque existiese este camino, no le conduciría más que a una mística del uno, y no a una mística cristiana, que es esencialmente trinitaria.
         El itinerario del alma, tal como se expresa muchas veces: del Cristo-Hombre al Cristo-Dios, no nos parece muy feliz. Cierto, nuestras relaciones con Cristo han sido fundadas sobre la comunidad de naturaleza, mas estas relaciones de naturaleza terminan necesariamente en la Persona del Verbo. La relación del hombre es con la Persona divina que subsiste en nuestra naturaleza y no con la naturaleza asumida. No existe camino alguno entre el hombre y Dios, mas la encarnación ha hecho que mi relación con Jesús, que es mi hermano en su naturaleza humana y es Hijo del hombre, sea con toda verdad mi relación con el mismo Dios.
         Aunque es moderna, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús es, ciertamente, en el año litúrgico una de las fiestas más grandes y más importantes. Nos enseña, efectivamente, la importancia absolutamente única que ela espiritualidad cristiana tiene nuestra relación con Cristo. Fundada sobre la naturaleza común, tiene el carácter de una relación particularmente íntima y espontánea, y por lo mismo, en la facilidad y simplicidad de esta relación, entra el hombre en el seno mismo de Dios porque no es a la persona de un hombre al que el hombre se une, sino a la misma Persona de Dios.
         La obligación del alma pierde ese tono de austeridad sobrehumana, este acento de violencia que pertenece a la Santidad en cuanto que exige la renuncia absoluta y la pobreza total: el alma no está sola en su rudo caminar hacia Dios. Dios no es para ella un ser infinitamente lejano e inaccesible; ha venido a ser su amigo, su compañero.
         “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres”, nos dice; y añade: “Tú al menos, ámame
         Toda la grandeza y el significado de la devoción del Corazón de Jesús está en estas palabras divinas. ¿Cómo habremos osado nosotros esperar esta amistad con Cristo? Y es precisamente Él quién te pide amor, quién mendiga tener amistad contigo. Estas palabras son un eco de aquellas otras que Cristo dirigió a San Pedro antes de subir a los cielos, las últimas palabras de Cristo según el Evangelio de San Juan. Se ha hablado mucho, y tal vez demasiado, de la sublimidad del prólogo del cuarto evangelio; ¿más no son estas palabras: Me amas más que estos, todavía más sublimes y misteriosas?
         El fin del Evangelio tiene, al menos, la misma sublimidad que el prólogo: Dios se vuelve al hombre y le pide amor. El Verbo se ha hecho carne para pedir el amor del hombre: “¿Me amas más que éstos?”  Que Dios nos ame es ya una cosa tan maravillosa que jamás los filósofos antiguos llegaron a poderlo pensar; que Dios mendigue amor es algo que supera la misma imaginación del hombre; mas de estas dos verdades depende la posibilidad de una amistad nuestra con Jesús, su dulcísimo realidad, y es la devoción al Corazón de Jesús la que encarna esta verdad en nuestra vida.
         La vida espiritual sin esta amistad sería sólo un esfuerzo impotente de superar los límites humanos con el deseo de alcanzar a Dios; una aspiración sublime y al mismo tiempo trágicamente angustiosa; pero Dios se ha hecho hombre y nos ha pedido nuestro amor. El alma se extravía y se pierde si intenta tomar el camino que conduce a la Divinidad prescindiendo de Cristo; el camino que conduce a Dios no es la tiniebla ni el silencio, la soledad o la nada. Después que Dios se ha hecho hombre, lo que es más profundamente humano ha venido a ser la revelación y el camino para la unión con Dios, y es la intimidad, la amistad, el amor.
         Y he aquí que nosotros somos los amigos de Jesús. Él es nuestro amigo. Nuestra vida es una comunión de amor: reposamos mutuamente, nos hablamos, caminos juntos. ¡Es todo esto tan puro y tan bello! Él me ama y yo le amo; nada más. ¿No es esto ya el paraíso?
         En la historia de la cristianismo más que una distinción entre la mística de la luz y de los gustos divinos y una mística de la noche y de las purificaciones pasivas hay que hacer notar una distinción más profunda entre la mística de los libros espirituales y la misma vida de los santos. Las grandes obras de la mística cristiana, si se exceptúan los escritos estrictamente autobiográficos, casi todas dependen del neoplatonismo. El cristianismo es una mística, no una mística del Uno, sino una mística de la Trinidad; el hombre para entrar en el misterio de Dios, para inmergirse en su vida íntima y perderse en el abismo de esta luz, no debe dejar de ser hombre.
         Dios se ha hecho hombre y se ha llamado Jesús. No existe otro camino para alcanzar a Dios que el mismo que El ha hecho para unirse al hombre. Nadie viene al Padre sino por Mí, dice Jesús en el evangelio de Juan (14, 6). Parece cosa extraña que San Juan de la Cruz hable tan poco de Cristo, mas la doctrina de los Santos no está contenida sólo en sus obras escritas: pocas palabras son suficientes a veces para hacernos entrever una profundidad sin nombre. Tal vez se habla y se escribe poco de los que se vive más: toda el alma delicada y ardiente de San Juan de la Cruz se abre y se revela más plenamente en las palabras que él dirige a Jesús un día de Navidad que en sus tratados de la Subida y de la Noche oscura.
                       
                         Mi dulce y tierno Jesús
                       Si amores me han de matar
                          agora tienen lugar.
        
         Y el mismo Dionisio el místico se muestra más verdadero y más grande en la narración de Carpos que en su teología del silencio: en la visión de Jesús dispuesto a sufrir de nuevo por la salvación de los hombres (Carta VIII).

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