Exaudi nos Domine

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Cor Iesu Sacratisimum Miserere nobis

viernes, 12 de noviembre de 2010

La sabiduría de un camino otoñal...


               

        


           La sabiduría de las hojas de un camino otoñal…

-en el ámbito de la solemnidad de Todos los Santos y en la semana de los Fieles difuntos-                           
                                         


El mes de noviembre es como el otoño de la liturgia católica. El otoño es esa estación única en donde la efervescencia de la naturaleza se atempera, los coloridos de las criaturas van tomando un matiz dorado y rojizo. La flor que había despuntado radiante, en aroma puro y hechizante, ahora se vuelve una hoja dorada que cae en el camino, dispuesta a ser pisada, a volver a la tierra, a soñar en una futura fecundidad…El otoño es también la estación de los frutos maduros. El gustar la exquisitez de un fruto colma el corazón de agradecimiento y es para el labrador, paciente y abnegado, el dulce solaz de sus soles, lágrimas y sudores.

 La liturgia tiene también su otoño y este otoño comienza con la solemnidad de Todos los Santos. Es como la mirada radiante a esos frutos maduros, los frutos del árbol de la Vida, los frutos nacidos de la sombra del árbol de la Cruz. Podemos gustar cuán bueno es el Señor en la contemplación de esa cosecha agradecida que son los Santos. En ellos la semilla de la Gracia ha germinado en Gloria para siempre, la esperanza ya se ha convertido en un abrazo de posesión para siempre, la fe ha amanecido en la visión eterna de la Gloria, en ellos la gracia del Bautismo ha florecido y madurado, porque ellos son los verdaderos hijos de Dios, los hijos de la Resurrección[1].

Pero en este otoño litúrgico nos encontramos también con la imagen de las hojas que caen de los árboles, antes llenas de verdor, de vida, la imagen de la fecundidad, de la esperanza…ahora hojas caídas en la tierra, doradas, rojizas, algunas aplastadas, llevadas por los vientos del otoño, los árboles han quedado desnudos, se han ido los cantos de los pájaros…Sólo queda ese camino en solitario cubierto de hojas muertas. Conmemoración de los Fieles Difuntos…
Sin embargo esas hojas llevan un potencial de esperanza, llevan una virtualidad escondida y secreta. Se van a ir deshaciendo poco a poco en ese camino otoñal, volverán a la tierra, se harán parte de la entraña de la tierra, esperaran en el silencio invernal.  ¡Qué imagen más cierta para comparar nuestro caminar en la vida que la de un camino otoñal! Esas hojas caídas serán cubiertas por espesas capas de nieve, el barro las amasará…el goteo incesante de las lluvias las empaparán…hasta que nuevamente sean llamadas a la esperanza y del abono de esas hojas muertas pueda brotar y sonreír nuevamente la vida. La vida que resucitará en una primavera de sol, de cantos, de coloridos, de verdor y perfumes.

Nuestra vida es como ese fluir de las estaciones…la muerte será para el cristiano ese dorado otoño, esa estación en donde el Amado pueda bajar a su jardín cerrado, a su huerta amada, a nuestra alma, para gustar sus frutos…los frutos que su Amor Redentor sembró en nosotros:

“¡Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas! ¡Entre mi Amado en su huerto y coma sus frutos exquisitos!
Ya he entrado en mi huerto, hermana mía, novia; he tomado mi mirra con mi bálsamo, he comido mi miel con mi panal, he bebido mi vino con mi leche.”[2]

Curiosamente los Padres de la Iglesia decían que el mundo había sido creado por Dios Amor en la exuberancia llena de embrujo de la primavera, la estación del amor. Desde esta mirada teológica la celebración de la Anunciación del Señor se había escogido cercana al veintiuno de Marzo, aunando la primavera de la creación primera con la verdadera Primavera, la Nueva Creación, cuando el nuevo Adán, Jesucristo, bajaba a su jardín llamando a la alegría a su Amada[3].

El otoño sirve para expresar nuestra condición mortal, la triste herencia del pecado, la saludable lección de humildad de que somos contingentes, de que no somos seres necesarios, de que somos una pura dependencia del Acto del Amor eterno que nos ha llamado a ser y que nos conserva amorosamente en la existencia[4].

¡Cuánta libertad interior nos da contemplar nuestra vida como esas hojas del otoño! Esas hojas doradas que caen nos están diciendo que cada día que pasa es una caída, cada día estamos siendo entregados a la muerte, cada día sufrimos algo del morir. Si nos comprometemos en el camino del amor, el Amor de Jesucristo, necesariamente ese amor ira desgajando nuestro ser a favor de los otros. En la medida en que se van cayendo las hojas de nuestra existencia en ese amor cristiano regalado y donado gratuitamente, como el de Jesús, vamos cayendo en el camino de la vida…nuestro dorado se opaca, nos vamos haciendo tierra…pero tierra que se duerme en la esperanza[5] de una fecundidad primaveral para siempre.

Ese dar la vida agradeciendo, ese darse en eucaristía, junto al Amado Jesús Crucificado, es lo que nos ofrece la meditación de la primera lectura de este día. Estos jóvenes hermanos macabeos, en la primavera fecunda de su vida, no tuvieron miedo de sufrir el otoño del martirio, de la poda terrible que los arrojó al suelo del camino para ser pisoteados y ultrajados por aquellos que en su odio se cerrarán a una resurrección para la vida.

Esos jóvenes son un preludio de la entrega de Jesús, son un preludio de la Cruz, y de todos aquellos que serán sacrificados por su fidelidad a la Palabra de Dios y a la amistad divina. Triste contraste entre aquellos jóvenes que le han dicho al Señor: “¡Tú eres mi Bien y mi cáliz!, y el de aquellos que cerrándose a la resurrección, han puesto su confianza y su entrega en un dios de muertos,  en el dinero fácil, en la mentira, en la burla socarrona, en el placer de los corazones de muñecos y brío de los animalitos sanos…

En ese texto nos encontramos con la conciencia agradecida de la primavera de la creación: “Por don del Cielo poseo estos miembros…”[6]

A la vez que nos encontramos con la entrega por amor de la propia vida, de los propios miembros a la muerte horrenda y violenta en la fidelidad a la Palabra, ya que en ese fidelidad esta la vida: “Tú criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará para una vida eterna.”[7] “Tu amor vale más que la vida, Señor, te alabarán mis labios” (Sal 62).

 El mártir es el prototipo de toda Santidad, es la perfección de la caridad. El mártir no quiere defraudar al Amor que lo ha creado y lo conserva, sabe que en la fidelidad a ese Amor esta la Vida. Es el canto del salmo 15, que la más antigua tradición cristiana lo puso en boca de Jesucristo resucitado. Ser fiel al Amor en persona es entrar en el camino de la Vida sin temer los abismos y las quebradas oscuras de la muerte: “Me enseñarás el sendero de la Vida, me saciarás de gozo en tu Presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (Sal 15). “Aunque cruce por oscuras quebradas de muerte no temeré ningún mal, porque Tú, Señor, estás conmigo” (cf. Sal 22).

 El mártir ha gustado la dulzura y la fidelidad de ese Amor. Sí nuevamente debemos citar la escatológica expresión del salmo 62: “Tu Amor misericordioso (hesed) vale más que la vida”. En la adhesión a ése Amor está mi vida, exclama el mártir.  En verdad estaría loco si pensara que ese Amor es sólo para la fugacidad de este largo crepúsculo que es la vida humana. Gustando la fidelidad de ese Amor quiere ser fiel y no teme los torrentes de la muerte, ni del odio ciego, ni de la mentira, ni el de los imperios que se asientan sobre pies de barro.

El mártir sabe que en todo amor hay como una chispa que pide lo perenne, la eternidad, el siempre, siempre, siempre…que extasiaba a Teresa de Ávila cuando jugaban a los ermitaños con su hermanito Rodrigo y querían escaparse de Ávila para huir a tierra de moros para ser “descabezados por Cristo”…

El mártir cree en el Amor y sabe que ese Amor es más fuerte que la muerte[8]…la muerte no puede romper una comunión eterna, una Alianza Eterna ofrecida precisamente por “El que Es” por el Dios de la Vida y la fidelidad. El mártir sabe que está injertado en el Dios de la Vida, por medio de Jesucristo, ese Dios que en la zarza ardiente se muestra siempre fiel a su comunión ofrecida más allá de la muerte y venciendo a la misma muerte.

El mártir se duerme en la esperanza de que ese Amor es indestructible y aunque las hojas de su vida caen en el camino y se confunden con el fango de los siglos…sabe que vive para siempre en el Amor fiel del que Es. Y ése Amor fiel, por la virtud de su Hijo Amado que quiso hacerse grano de trigo, caído en la tierra, para morir y abrirse en la fecundidad de la redención, nos llamará a una primavera ya sin otoños y nos mostrará no un camino de hojas muertas sino el camino de la Vida saciándonos de Gozo en su Presencia.

Cuando caminemos en estos días llenos de serena nostalgia de cielo - todos los Santos y en la semana de los fieles difuntos- junto a las tumbas de nuestros seres queridos y vamos ofreciendo nuestra oración de sufragio, nuestra misericordia por ellos, que nos consuele la esperanza de que nuestros padres, hermanos, amigos, aquellos que caminaron con nosotros y ya vivieron el otoño de la vida –ese otoño que ya está en nosotros en la medida en que amamos de verdad- están viviendo en el Amor siempre fiel del que Es…en la Zarza ardiente de su Hijo crucificado y resucitado por nosotros para hacernos hijos de Dios e hijos de la Resurrección…


P. Marco Antonio Foschiatti OP.
Noviciado San Martín de Porres
Mar del Plata. Buenos Aires. Argentina.


[1] Lc 20, 35-36.
[2] Cantar de los cantares 4, 16 -5, 1.
[3] “Levántate amada mía, hermosa mía, y ven…porque mira ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores sobre la tierra, el tiempo de las canciones ha llegado, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra…” Ct 2, 10-12.
[4] “Acuérdate de tu Creador en tus días de juventud, mientras no vengan los días malos, y se echen encima años en que dirán: no me agradan; mientras no se nublen el sol y la luz, la luna y las estrellas, y retornen las nubes tras las lluvias…” Qo 12, 1-2.
[5] “Bienaventurados aquellos que te vieron y se durmieron en el amor (en la esperanza), que nosotros también viviremos sin duda”. ( Eclo 48, 11).
[6] 2M 7, 10.
[7] 2M 7, 9.
[8] Ct 8, 7.

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